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¿Qué ve el bebé cuando mira la cara de su madre?

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La maternidad es la base, el cimiento de nuestra relación con los otros. Lo aprendemos de la madre. Ser madre es mirar y enseñar a mirar.

La vida es un juego de espejos y miradas. Somos vistos y en función de lo que nos devuelve esa mirada, nos descubrimos y asumimos. Y solo a partir de cómo somos vistos, aprendemos a ver y a dar un lugar con nuestra mirada. Así jugamos todos a ser espejo y reflejo en esta inmensa y complejísima red humana de miradas. Por eso hay miradas que matan, caricaturizan, deshumanizan, alienan, quitan sentido y enferman; mientras que otras humanizan, dignifican, liberan, empoderan y acogen. Y siempre, óigase bien, siempre, en la base de cada proceso humano hay una mirada.

Ahora bien, la psicología propone que una de las múltiples funciones de las madres es la de iniciar a los hijos en este arte o juego de mirar y ser mirado. Esto implica que la maternidad no pasa solo por las funciones biológicas del parto y la lactancia, sino que es el cimiento, la base, la matriz de nuestra capacidad de relacionarnos con los otros y con lo otro. Ser madre es mirar y enseñar a mirar, es cuidar con el ojo y encender los ojos.

¿Pero cómo inician las madres a los hijos en este arte de mirar y ser mirados? El bebé lactante observa las cosas del mundo que lo rodea y entre ellas se topa una y otra vez con los ojos y el rostro de su madre. ¿Qué es lo que ve el bebé cuando mira la cara de su madre? Se ve a él mismo. Dicho de otra manera: se siente mirado, percibe en los ojos y el rostro de su madre algo distinto a las cosas muertas; ve una sonrisa, un brillo en los ojos, un rubor; su madre se vuelve un paisaje donde el bebé observa las reacciones que genera su presencia.

Y esta primera forma de sentirse visto cuando fijó su mirada en el rostro de su madre determina lo que el bebé verá posteriormente cuando se investigue en el espejo. Y yendo más lejos, aquella mirada de la madre determinará aquello que encuentre en los otros y, por supuesto, su forma de mirar a los otros.

Ahora bien, ¿qué hace, según esta lógica, que algunas miradas maten y otras den vida? Algunas madres cuando miran a sus bebés no le devuelven un reflejo de él mismo. En un rostro rígido, insensibilizado, lleno de ansiedad, el bebé no logrará verse. Solo verá a su madre, particularmente su estado emocional y sus resistencias y defensas. No se sentirá acogido, no se percibirá como persona sentida y amada, no entrará en ese misterioso campo de resonancia interpersonal que llamamos empatía, el cual es la base del amor y de la ética.

Por el contrario, cuando el bebé observa un rostro móvil, sensible, presente, atento, se descubre en él y empieza a percibirse como amado y empieza a jugar, a resonar, con la vitalidad de su madre, y así entra en el campo de la empatía, donde empieza a ver al otro y a verse en el otro. Y esta mirada es la base del amor y de la convivencia.

¿Pero cuáles son las miradas que nos gobiernan hoy en día? Yo creo que si miramos alrededor, tenemos que reconocer que nuestros ojos están enfermos. Estamos cada vez más solos, cada vez más enajenados, convertidos nosotros y los otros en objetos, en un mundo que, al ser visto como escenario muerto, nos hemos convertido en egobjetos, un mundo que al ser visto como un escenario muerto se está convirtiendo en un planeta muerto. Nuestras miradas son violentas y temerosas, no hay empatía, la compasión escasea y, sobre todo, nos hemos convertido en egoístas delirantes que buscan su reflejo muerto en todas partes.

Esto me lleva a pensar nuevamente en la maternidad. ¿Qué pasa con la mirada de las madres? ¿Cómo hemos ignorado con tanta facilidad aquel primer espacio donde la verdadera humanidad comienza en un juego de miradas? ¿No es necesario entonces que nos planteemos cómo empoderar esa mirada materna?

Creo que si. Y esto supone re-imaginarnos la maternidad y la feminidad, porque hasta que no sanemos nuestra mirada de la mujer y de las madres, ellas no podrán mirar de otra forma. Hay que romper los moldes socioculturales que arrebatan la dignidad de la mujer y ampliar y profundizar cómo entendemos la maternidad, reconociendo sus dimensiones psicológicas, espirituales y ecológicas.

Sé que es una utopía pero en nuestra mirada cada mujer debe ser persona antes que madre. Debe detentar una autoridad tal que sus deseos internos primen sobre los mandatos ajenos. En esa mirada sus elecciones deben ser sagradas y siempre existe la certeza de que no es propiedad de nadie, y que su entrega solo es fruto de su libertad.

Por otro lado, si nuestra mirada no alberga la compasión suficiente como para entender que hay un abismo entre lo que cada madre necesita y lo que este mundo cruel le da, entonces no esperemos que ellas nos enseñen a querernos y cuidarnos con sus miradas.

Creo, por último, que nuestra mirada debe validar una de las virtudes femeninas mas subvaloradas: el placer, el gozo y el juego. Aceptemos y regocijémonos con el juego sagrado que se da entre las madres y los hijos. Miremos con alegría esa destreza que tienen las mujeres sanas para el placer que enciende el alma. Que ante nuestros ojos, las madres se sientan poderosas cuando jueguen y suspiren de placer en el contacto con sus hijos.

Entendiendo que la vida es un juego de espejos y de miradas, espero que podamos nutrir los ojos y las almas de quienes nos enseñan a mirar.

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