En el estrado de un juicio por fraude histórico, abordó su testimonio tal como lo había hecho con su negocio inmobiliario y su carrera política: ignorando las reglas y los tecnicismos, y fanfarroneando a lo largo de todo el proceso.
Su apariencia agresiva y despreocupada del lunes dejó entrever cómo puede comportarse como acusado en los cuatro procesos penales que se avecinan en su contra.
El ex presidente enfureció repetidamente al juez Arthur Engoron al negarse a responder directamente a las preguntas que le planteó la fiscalía general.
Las preguntas de sí o no sobre documentos contables y fechas se convirtieron en extensos comentarios sobre los increíbles valores de sus propiedades o las inclinaciones partidistas del juez y los fiscales.
En un momento, Trump declaró: «Este es un juicio muy injusto… y espero que el público esté mirando».
Si bien no se permitieron cámaras en el interior, decenas de reporteros se reunieron en la sala del tribunal para transmitir su testimonio al mundo exterior.
Probablemente entendiendo este hecho, Trump aprovechó su tiempo en el estrado para defenderse ardientemente con el mismo lenguaje que ha utilizado en declaraciones en las redes sociales y discursos para irritar a su base. Su cuenta Truth Social incluso publicó un ataque al juez durante un descanso de la tarde.
La Fiscalía General y otros fiscales «me perseguían desde 15 lados», declaró en respuesta a una pregunta.
A veces sus respuestas eran jactanciosas o simplemente extrañas.
Ante una pregunta de Kevin Wallace, de la oficina del fiscal general, sobre la valoración de su marca, Trump se jactó: «Me convertí en presidente gracias a mi marca».
Y en respuesta a preguntas sobre su campo de golf en Escocia, Trump volvió a su oposición política a los parques eólicos, uno de los cuales fue construido frente a la costa de su club. «No soy una persona de molinos de viento», expuso.
Las respuestas evasivas y partidistas continuaron así toda la mañana.
Los testigos normalmente no hablan sin que se les pida, y mucho menos con tanta extensión. Pero Trump no es un acusado normal.
Su abogado Chris Kise lo admitió tras la enésima amonestación del juez Engoron.
Sin embargo, el juez estaba decidido a tratar a Trump como a cualquier otro acusado.
Al regresar del receso de la tarde, Trump se mostró notablemente más apagado.
La oficina del fiscal general ha acusado a Trump, a sus principales empleados y a sus empresas de inflar fraudulentamente el valor de sus activos en los estados de situación financiera o balances, para obtener préstamos más favorables.
Mientras estaba en el estrado, el presidente número 45 intentó aprovechar la oportunidad para alardear del valor de su marca, un camino que utilizó con gran efecto cuando lanzó su carrera política hace casi una década.
Entre arrebatos, Trump intentó defender la defensa de que sus activos en realidad valían mucho más que las cifras escritas y que los bancos a los que supuestamente defraudó fueron devueltos en su totalidad.
Afirmó que su propiedad de Florida, Mar-a-Lago, valía una «cifra muy grande», muy superior a la que figura en sus declaraciones de situación financiera.
Y alardeó de que la Trump Tower, su rascacielos de la Quinta Avenida, ocupaba la «mejor ubicación de Nueva York».
Con el aumento de las amenazas en su contra, Trump se ha vuelto más agresivo en su retórica, volviendo a la pelea política callejera que lo vio arrebatar la nominación republicana en 2016 a los legisladores del establishment.
Ha atacado a los fiscales directamente por su nombre y arremetido contra el personal del tribunal.
