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La inocencia de los musulmanes

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Representaste del Islam han hecho un llamado a la guerra en respuesta a una película que se burlo del Profeta.

Muchísimas  personas se fueron a las calles en más de cuarenta países para protestar por el contenido de “La inocencia de los musulmanes”, en algunos lugares como Irán, Irak o Gaza de forma pacífica, pero en otros con gran violencia. Las embajadas de Estados Unidos han sido el principal objetivo de las masas que en Túnez, Sudán, Yemen y Libia lograron romper los anillos de seguridad, escalar los muros de las legaciones y quemar la bandera de las barras y estrellas.

Todo ello en los días que se conmemoraba  el undécimo aniversario de los atentados del 11S que Al Qaeda celebró liderando el ataque contra el consulado estadounidense de Bengasi y matando al Embajador, Christopher Stevens, y otros tres funcionarios. “Aquí está el combatiente pueblo libio, al que el asesinato del jeque Abu Yehia – en referencia al número dos de la organización, Abu Yehia al Libi, abatido en junio en Pakistán- ha aumentado su entusiasmo e insistencia en vengarse de quienes se burlan de nuestra religión y ofenden a nuestro profeta”, rezaba una nota emitida por Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA), el brazo armado más activo del grupo y que tiene su cuartel general en Yemen, país donde los grupos salafistas –movimiento del Islam suní que reivindica la vuelta a los tiempos del Profeta.

Nadie, nunca, habría oído hablar de La inocencia de los musulmanes, una película amateur estadounidense de paupérrima factura. Pero en pocos dias, la cinta que representa al profeta Mahoma como un ladrón, un mujeriego descerebrado, violento y pedófilo, infectó de violencia a miles de musulmanes. Sin mucha reflexión, cayeron en esa provocación infantil y volcaron su ira sobre todo lo que recordara a Occidente.

La violencia pareció espontánea. Pero fue en realidad el producto de una cadena de provocaciones irresponsables, de reacciones fanáticas, de una incomprensión profunda y de un oscurantismo sin límites. En Washington aún no se explican cómo una película tan burda generó semejante alboroto. Es poco lo que se sabe sobre su autor. Se identificó como Sam Bacile, pero en realidad su verdadero nombre sería Nakoula Bassely, un cristiano copto de origen egipcio que vive en California y tiene condenas por fraude. En julio subió un extracto a YouTube, pero hasta hace pocos dias, cuando algunos clérigos musulmanes la emitieron en la televisión egipcia, nadie le había dado mayor importancia.

Pero eso fue suficiente para que las turbas salafistas, la franja más radical del Islam, expusieran su fuerza bruta y mostraran que la Primavera Árabe no solo permitió un impulso de libertad, sino que también engendró caos e inestabilidad. Como afirma los politólogos «Con la transición democrática ya nadie tiene el control. Cuando dominaban Mubarak, Gadafi o Ben Ali, los gobiernos controlaban las calles. Fuera como fuera  ahora no hay control”.

La Libia revolucionaria que acabó con Gadafi está ahora plagada de milicias armadas que el débil gobierno no quiere o no puede controlar. Desde hacía varios meses había signos preocupantes de la presencia de Al Qaeda en el país. Según un informe reciente del International Crisis Group, «la batalla entre el gobierno central y los grupos armados aún no está ganada. Es más, en los últimos tiempos, estos actúan como si tuvieran la ventaja».

En Egipto la situación es incluso más preocupante. En ese peso pesado regional el presidente islamista Mohamed Morsi, miembro de la Hermandad Musulmana, no ha logrado imponer su autoridad y está atrapado entre peligrosos fuegos cruzados. Por un lado, los hermanos musulmanes respaldaron las manifestaciones contra «la inocencia de los musulmanes», pues le temen a la competencia del salafismo, mucho más radical y segunda fuerza política. Pero por el otro necesita conservar la alianza histórica que El Cairo tiene con Washington y volver a atraer la inversión extranjera. Y Obama no quedó para nada contento con la reacción tibia de Morsi frente a la violencia. En medio yace una juventud deprimida, desempleada, frustrada. Para Makdisi, «no es difícil provocar a la gente, la realidad de estos jóvenes es muy cercana al fanatismo, llevan muchos años sintiéndose agredidos, dominados, manipulados».

La furia islamista no tardó en alcanzar a la Casa Blanca. A pocas semanas de las presidenciales, el republicano Mitt Romney dijo que el Oriente Medio necesita un mandatario más fuerte y que «es una desgracia que la primera respuesta de Obama no sea condenar los ataques, sino simpatizar con los que perpetraron los ataques», en referencia a un comunicado de la embajada en El Cairo que denunciaba «aquellos que abusan de la libertad de expresión para herir las convicciones religiosas de los otros».

Esa posición fue muy criticada, incluso por gente de su partido, que pidieron cerrar filas. Obama acusó a Romney de «disparar primero y apuntar después» y envió dos buques de guerra a las costas libias. Puede ser una oportunidad para mostrar liderazgo, sus habilidades en política internacional y su poder como comandante en jefe. Pero el presidente tampoco debería estar tan tranquilo. Es imposible no recordar la ocupación de la embajada estadounidense en Teherán en 1979, que hundió la reelección de Jimmy Carter. Y Obama ha tenido que aguantar una avalancha de críticas pues apoyó las revoluciones árabes.

En todo caso quienes parecen ganar con estos ataques son fácilmente identificables, pues son los intolerantes, los fanáticos tanto de Kabul o El Cairo como de California. No hay duda que algunos se aprovechan de las debilidades del pueblo musulmán, quieren crear conflictos entre las religiones.

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