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En la imagen el Primer Ministro de Canadá Stephen Harper
En la imagen el Primer Ministro de Canadá Stephen Harper

Al momento de escribir ésta nota editorial, el Parlamento Canadiense sesiona en medio de una de las peores crisis políticas en la historia reciente del país. Después de haber sido clausurado por tercera vez por el Primer Ministro, en una actuación que se ha considerado como una maniobra calculada para evitar seguir siendo cuestionado en relación con los abusos y deshonestidad de los miembros Conservadores del Senado (Mike Duffy, Pamela Wallin y Patrick Brazeau), Stephen Harper asistió al discurso de la Corona pronunciado por el Gobernador General para re-instalar las sesiones de la Cámara de los Comunes e inmediatamente después salió del país para firmar un tratado de libre comercio con la Unión Europea.

 Convencido de que lograba con estas sucesivas maniobras acallar la ira de los partidos de la oposición que insistían en establecer con todo detalle la manera dolosa como los Senadores Conservadores estaban reclamando y cobrando dineros por gastos de representación de manera abusiva y en sumas que no están justificadas, Stephen Harper regresó a las Sesiones del Parlamento para encontrar que el líder del NDP Thomas Mulcair había asumido el papel de interrogador de oficio y desataba una verdadera inquisición destinada a obtener la verdad sobre los abusos en el Senado. La manera como Harper pretendió manejar el abuso y deshonestidad de Mike Duffy, quien venía reclamando sumas de dinero del erario público en forma irregular, fue un verdadero desastre. Acudiendo a los servicios de su Jefe de personal, Nigel Wright, la oficina del Primer Ministro ordenó el pago secreto de 90.000 dólares al senador Duffy –girados de la chequera personal de Wright- para que Duffy pudiera reembolsar la suma por la que se le investigaba en los medios de comunicación. Pero el pago fue secreto solamente hasta que la maniobra fue descubierta por los medios. Y sobre esta actuación dolosa, hecha pública, se generó un escándalo que día a día adquiere proporciones mayores. Cada sesión de la Cámara de los Comunes se ha convertido en un interrogatorio de película, liderado por Thomas Mulcair y en el que participa con menos insistencia pero igual intensidad Justin Trudeau, el recién elegido líder del Partido Liberal. Pregunta tras pregunta, con teatralidad creciente y una obstinación como las de las series policiacas de la televisión, Mulcair busca una verdad que todos los días cambia de versión, y frente a la cual el Primer Ministro ha hecho gala de ingenio, evadiendo en todo momento asumir responsabilidad alguna en torno al manejo del asunto.

De acuerdo con los últimos resultados de la firma encuestadora Ipsos-Reid, la credibilidad de Harper puede haberse afectado en un porcentaje que podría trastornar de alguna manera su campaña de re-elección para el 2015. Pero todavía faltan dos años para los comicios y Harper es uno de los líderes más astutos de la política Canadiense. El manejo que el Primer Ministro le dé a este capítulo puede ser o el principio del final del régimen Harper, o por el contrario, una estruendosa victoria hacia los comicios del 2015.

Entretanto, Thomas Mulcair está empeñando su capital político al liderar un interrogatorio de parte que se prolonga ya varias semanas. Es posible que esto le represente puntos valiosos –pero transitorios- de popularidad frente a los potenciales electores. Pero también es posible que la insistencia sobre una investigación que bien podría dejarse en manos de la Real Policía Montada para poder dedicar la atención del Parlamento a los asuntos más apremiantes de la Realidad Nacional, termine dañando la imagen del NDP como partido al cual se le puedan encomendar decisiones de alto gobierno.

Amanecerá y veremos. HARPERGATE, por lo pronto, ha logrado capturar la atención de los Canadienses quienes usualmente son bien indiferentes en materia política.

 

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