
En medio de una nueva tensión diplomática entre Washington y Ottawa, el primer ministro de Canadá, Mark Carney, ha demostrado que la serenidad puede ser una forma poderosa de liderazgo. Mientras el expresidente estadounidense Donald Trump vuelve a recurrir a su estilo característico —amenazas, descalificaciones y nacionalismo económico—, Carney ha elegido un camino distinto: el del equilibrio, la diplomacia y la defensa serena de los intereses canadienses.
La reciente “rabieta comercial” de Trump, motivada por desacuerdos sobre los aranceles al acero y la madera, ha generado titulares y nerviosismo en los mercados. Sin embargo, el primer ministro canadiense no ha caído en la trampa de la confrontación inmediata. En lugar de responder con tono beligerante, ha reafirmado su compromiso con un comercio justo, estable y basado en reglas, recordando que las relaciones económicas entre ambos países no se construyen sobre impulsos, sino sobre décadas de cooperación, tratados y confianza mutua.
Carney, con su experiencia previa en los más altos niveles de la banca central y la economía global, entiende que las reacciones emocionales pueden costar millones en inversiones y empleos. Su respuesta —cauta pero firme— muestra a un líder que prioriza la estabilidad del país sobre la teatralidad política. Su mensaje, más implícito que estridente, es claro: Canadá no se deja intimidar, pero tampoco se deja arrastrar por el ruido.
El contraste entre ambos estilos no podría ser más evidente. Trump encarna la volatilidad y el impulso mediático; Carney, la consistencia y el cálculo estratégico. En tiempos donde la política internacional parece moverse al ritmo de las redes sociales y los titulares, la compostura del primer ministro canadiense resulta refrescante. Mantener la calma no significa ceder, sino liderar con inteligencia.
La actitud de Carney también proyecta un mensaje hacia el mundo: Canadá sigue creyendo en la cooperación internacional, en el libre comercio y en el diálogo como pilares del progreso. Ante la tormenta, Carney no grita: gobierna. Y en la historia política moderna, esa diferencia puede ser la que marque el rumbo de una nación.






