
El planeta ha comenzado su transición hacia un nuevo año en una jornada marcada por contrastes visuales y térmicos. Desde las costas del Pacífico hasta las capitales europeas y norteamericanas, el adiós al 2025 se ha vivido como una mezcla de celebración colectiva y resistencia ante una naturaleza que, en el hemisferio norte, ha impuesto su ley con temperaturas gélidas.
Un espectáculo de luces global
Como es tradición, las naciones del Pacífico fueron las primeras en iluminar el cielo. Sídney, Australia, deslumbró con toneladas de pirotecnia sobre el Puente de la Bahía, enviando un mensaje de esperanza y sostenibilidad. En Asia, ciudades como Tokio y Hong Kong optaron por espectáculos que fusionaron tecnología de drones con fuegos artificiales tradicionales, creando coreografías aéreas que celebran el inicio de un año que muchos esperan sea de estabilidad geopolítica.
En Europa, ciudades como París y Londres han blindado sus perímetros de seguridad para permitir que millones de personas se congreguen bajo las luces de la Torre Eiffel y el Big Ben, desafiando no solo el clima, sino el tenso panorama político del continente.
El «desafío helado» en América del Norte
Mientras en el hemisferio sur se celebra bajo el sol del verano, en Canadá y el norte de Estados Unidos la llegada del 2026 está definida por las caídas heladas. Una masa de aire ártico ha provocado que las tradicionales celebraciones al aire libre se conviertan en pruebas de resistencia.
En ciudades como Toronto y Ottawa, los valientes que han salido a recibir el año nuevo se han enfrentado a una «noche de cristal», con acumulaciones de hielo que han transformado el paisaje urbano. A pesar del frío extremo, las plazas principales se han mantenido vibrantes, demostrando la resiliencia de quienes ven en el cambio de año una oportunidad de renovación.
El 2025 se retira dejando un mundo que busca equilibrio entre la alegría del festejo y la sobriedad que exigen los tiempos actuales. El 2026 amanece así: brillante, frío y lleno de expectativas.






