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Colombia; Cuando la soberanía se enfrenta a la lógica

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Presidente de Colombia, Gustavo Petro
Presidente de Colombia, Gustavo Petro

Las relaciones internacionales requieren un equilibrio delicado entre dignidad nacional y responsabilidad estratégica. En este momento, Colombia parece transitar un camino de riesgo: el presidente Gustavo Petro ha asumido una postura tan rígida que parece ignorar las consecuencias de erosionar la alianza tradicional que su país ha mantenido con los Estados Unidos. Su intransigencia ha derivado en una escalada diplomática grave, que hoy concretiza en amenazas reales de aranceles y suspensión de ayuda humanitaria por parte de Donald Trump.

Escenario de tensión

El 19 de octubre de 2025 el presidente Trump calificó a Petro como un «líder ilegal de drogas» y afirmó que su gobierno dejaría de hacer pagos o subsidios a Colombia, al tiempo que anunció que impondría nuevos aranceles al país.
La acusación no es menor: Trump sostiene que la producción de drogas se ha vuelto “una máquina” en Colombia, y que el país “no hace nada para detenerla”.


Este tipo de señalamientos no sólo son simbólicos: la amenaza de tarifas, ayuda suspendida y freno a la cooperación en seguridad colocan a Colombia al borde de una ruptura de una relación que, hasta hace poco, era casi de total confianza con Washington.

¿Qué hay en juego para Colombia?

  1. Económico: La imposición de aranceles —o la sola amenaza de ellos— a las exportaciones colombianas hacia EE.UU. puede afectar nuestras cadenas de producción, especialmente en sectores agrícolas e industriales vulnerables. Las exportaciones colombianas dependen de mercado y condiciones estables.
  2. Diplomático-estratégico: Colombia se ha apoyado en la cooperación de Estados Unidos para la lucha antidrogas, la seguridad fronteriza y la inversión en desarrollo. Romper o debilitar esa alianza puede dejar huecos que no se llenan fácilmente.
  3. De imagen internacional: Que un aliado histórico describa al primer mandatario como “incompetente” o “loco” y trate al país como parte del problema, no de la solución, afecta la credibilidad global de Colombia y su capacidad de negociar.
  4. Soberanía vs. autosuficiencia: Es legítimo que Colombia defienda su soberanía ­—no quiere ser mandada por otros—, pero la soberanía madura también entiende que en un mundo interdependiente la defensa de intereses propios pasa por alianzas funcionales, no por rupturas precipitadas.

Crítica a la postura actual del gobierno colombiano

Petro ha querido situar su política exterior desde una lógica de distanciamiento respecto a EE.UU., apostando por nuevos socios, liderazgo progresista en América Latina y mayor autonomía. Pero esa apuesta se ha manejado con escasa estrategia comunicacional y sin asumir las cargas que conlleva alterar un equilibrio logrado con esfuerzo.
Cuando una figura presidencial es públicamente tildada por el aliado más poderoso como “drug leader” y “very unpopular”, la responsabilidad no recae únicamente en el otro lado: el gobierno colombiano tiene que revisar cómo ha permitido que esos mensajes calen tan fuertemente. Un jefe de Estado que adopta una narrativa de confrontación permanente corre el riesgo de generar desgaste sin retorno.

El llamado al pragmatismo

Esto no es un llamado a la sumisión ni a renunciar a una política exterior autónoma. Es un llamado al ajuste inteligente de la diplomacia. Los siguientes pasos son claros:

  • Reabrir canales de diálogo con EE.UU. sin esperar a que se impongan sanciones.
  • Mostrar resultados concretos en materias críticas (por ejemplo, antinarcóticos, cooperación logística) que despejen dudas en Washington.
  • Articular una estrategia amplia hacia otros socios, que sea complementaria y no un reemplazo inmediato de EE.UU.
  • Comunicar con claridad interna y externa: explicar a la ciudadanía por qué una alianza sigue siendo necesaria, y cómo se la defenderá desde la soberanía.

Conclusión

El presidente Petro, al mantener un discurso resistente sin aparentes ajustes tácticos, corre el riesgo de llevar la relación político‐económica con EE.UU. al borde del abismo. Y cuando un país alliado tradicional empuja al otro a elegir entre confrontación o costo, es grave. Colombia no puede permitirse que la defensa de principios derive en aislamiento o castigo económico.

Si Petro quiere realmente redefinir nuestras relaciones exteriores, que lo haga con visión estratégica —no con impulsos—. Porque la soberanía sin alianzas funcionales puede convertirse en soledad. Y el costo será de todos.

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